El psicólogo de cabecera

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Según la psicología cognitivista, que se ocupa de nuestros pensamientos, sus contenidos y su funcionamiento, los seres humanos somos lo que pensamos y eso que pensamos influiría sobre lo que sentimos y lo que hacemos, pero no menos cierto es que somos lo que hacemos de manera que nuestros comportamientos determinan e influyen en nuestra forma de ser y de pensar y también en nuestras emociones.

Ante esta situación se preguntará el lector ¿qué es primero el huevo o la gallina? ¿Es primero lo que pensamos y luego surge la conducta o van antes las conductas externas y luego sigue el pensamiento?

Como este libro no es un tratado científico de psicología no procede entrar a discutir ese dilema teórico, porque se trata de procurar ser siempre lo más pragmáticos posible. Lo que hay que resaltar desde un punto de vista practico, que es lo que interesa a cualquier paciente para superar su sufrimiento, es que cambiando nuestras conductas percibimos inmediatamente el beneficio del cambio y eso hace que nos sintamos motivados a seguir en esa línea. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que hayamos de olvidarnos de corregir nuestras creencias y nuestros pensamientos, ni renunciar a los fármacos en un momento dado y que, como sabemos actúan directamente sobre nuestro organismo, así como renunciar a cambiar nuestras emociones porque en virtud de la conexión que existe entre todas las áreas, si actuamos sobre una de ellas se produce una repercusión en las demás. Por supuesto que no nos olvidamos, pero cualquier intervención mental o cognitiva es más laboriosa y más lenta en obtener resultados porque se trata de estructuras algo más complicadas que las meras conductas.